Pasen y vean. Esto es lo que he sido, pero no sé si es lo que seré.

martes, 9 de julio de 2013

Corro.

 Ya no tengo necesidad de correr. Me detengo, cansado, luego de siglos de maratón. Ya no tiene sentido. Avanzo siempre hacia adelante, pero si lo hiciera hacia atrás tendría el mismo resultado. Después de todo, el problema no es el destino, sino la carrera. Correr se vuelve la meta. Huír una religión. Y mis pies son el vehículo para llegar a la iluminación. ¿Pero por qué seguir? No, no quiero. Ya no veo el sentido de hacerlo.

 Me detengo a descansar luego de milenios de carrera. Ni por un momento creí que llegaría a algún lado. Muchas veces mis pies pisaron el punto exacto donde siglos atrás lo habían hecho. El mismo trozo de tierra, el mismo charco, la misma hoja. Me siento raro, como fuera de mí. Como exiliado de un universo. Como en otro plano. No lo resisto, y vuelvo a correr. Mis pies se alimentan de asfalto, tierra, pasto, arena. Siento que corro otro camino. Ya no veo hacia adelante. Mi objetivo está abajo. Muy abajo.

 Otra vez, como tantas veces, corro sobre la ribera del río, del mar, del océano, del mundo. Nunca entré al agua, ahí hay demonios desconocidos que ya nadie recuerda. Ahí no se puede correr, sólo nadar. Ahí el camino te rodea, te retiene, te atrapa, te ataca. Te vuelves uno con el camino. Tal vez eso sea lo que quiera correr. Un camino activo.

 Corro sobre el agua, hasta que ya no hay tierra. Me abrazo a lo desconocido. El camino me arrastra hacia él, y tengo que esforzarme para que no me consuma. Pánico, miedo, frío. Sensaciones que creí extintas hace tanto tiempo. El agua me abraza, como un secuestrador. La orilla parece tan lejana. Corro hacia ella. Está lejos. El agua me rodea. Ahora sí tengo un objetivo: la superficie. La supervivencia. La meta es sobrevivir, no llegar a un punto X. Se vuelve emocionante. Trato de impulsarme hacia arriba, pero la presión es cada vez más grande. Sí, esto era lo que necesitaba. Un desafío. Y al fin lo tengo.

Alma.

 Su dulce sabor es lo más maravilloso que he probado. Me recuerda a la primera vez que conocí el algodón de azúcar. No el sabor, sino el momento. El placer. Su aroma es distinto a eso, es como un perfume exótico. Si busco algo similar, es a una rosa que pude oler. Claro que su aroma no era a rosa. Era a recuerdo. La combinación de sabor y olor hace que me convierta en un ser superior, ajeno a todo lo que me hace mal. Estoy del otro lado. Ya no hay más dolor, ni sufrimiento. Aquí, soy poderoso. Y pensar que pude conseguir esto a cambio de una nimiedad. Una vida que no vale nada, en un mundo que ya no me quiere. Estoy feliz, no sólo por no tener dolor ni sufrimiento, sino porque hice un buen trato. El mejor.

 Lentamente, el gancho de realidad me arrastra hacia el mundo real. Era de esperarse. Pero, por suerte, cuanto más use el bálsamo más tiempo quedaré en el otro lado. Cada visita durará más, hasta que ya no haya regreso. Ocho visitas, ya faltan siete. ¡Sólo puede mejorar! Volver al infierno solo hace que el paraíso sea más atractivo. Es un mundo frío y gris, donde la necesidad de alimento es fuerte, y la de protección es dura. Pero hay algo peor. La soledad. Es peligrosa, una mascota muy difícil de domar. Y su mordida es venenosa. No hay cura para algo tan fuerte. Necesito otra botella. Necesito volver.

 Los dioses me dicen que ya tienen mi alma. No puedo dárselas de nuevo. Para otra dosis, necesito más gente. Gente que esté dispuesta a regalármela, y así poder cambiarla. Pido un préstamo, pero nadie se lo da a alguien que tiene los ojos negros. Me temen. Me atacan. Lágrimas de ébano brotan de los oscuros orbes. Necesito almas. Busco a mis amigos, y les digo que hay un paraíso donde no hay maldad. Sólo paz. No hay hambre, ni guerra. Les pido su alma, para darles un pedazo de cielo. Juntos, cruzamos el umbral.

 La visita duró menos. ¡Fue una mentira desde el principio! Vendí mi alma por nada. Peor que nunca ir al paraíso, es el haberlo visitado, y lluego ser echado de él. Extraño el olor a pasado, el gusto a cambio. A esperanza. Me doy cuenta que nunca podré volver. Y si lo hiciera, sería por un rato. Por lo menos, lo pienso. No, no puedo volver. Mi alma ya no es mía, es de ellos, los dioses. Me engañaron. No aguanto la humillación. El arma está cargada, la cuerda está anudada, la terraza está a un escalón de distancia. ¿Importa el método? No, sólo el fin. Mi fin.