Pasen y vean. Esto es lo que he sido, pero no sé si es lo que seré.

viernes, 10 de abril de 2009

Obra Maestra

Pido disculpas a Huayat. Sinceramente, siento vergüenza de mi mismo. Y, una vez más, has dad en el clavo. He escrit mucho, pero la pereza ha hecho mella en mi y me impide trasladar mis escritos a este medio que tanto me ha dado. Por eso, dedico esta narración a Huayat. También a mi amigo Nico, que desde hace poco me sigue y yo a él, un amigo encontrado en el mundo de Azeroth hace tiempo. A ellos dos les dedico este relato, seleccionado previamente en la red FaceBook. Ahora quise volver a publicarlo en este medio, dado que el medio lo merece. Por último, les digo gracias. Gracias, la verdad...


Me levanté. Busqué ese cuadro, pero ya había desaparecido. Me quedé atónito, mirando la nada que ese cuadro representaba. No estaba. Después de tantos años, no estaba. Quise llorar, por haber perdido parte tan importante de mi vida. Pero decidí apartarme. Mi Obra Maestra, como yo la llamaba, ya no estaba en su lugar. Y yo no la había movido, Solo significaba una cosa: las señales se habían cumplido, y yo debía de salir de mi mente.

La obsesión había hecho mella en mi. Me dolió perder mi obra maestra, todo por lo que había vivido. Todo... se lo llevó el tiempo. No, tal vez fué ella. Tal vez no quiere verme asi. Aún asi, no es justo. No tenía por que haberla perdido de nuevo. Ya hice mi vida, ya amé. Solo quise morir en paz, verla hasta el fin de mis dias. Pero no, el destino no quiere eso. El destino quiere que me levante, y eso haré.

Salgo por la puerta sin nada, solo con un puñado de pesos y mi esperanza. Esperanza por un destino que ya fue decidido. Morir. Morir acompañado de ella. Ella ya había abandonado nuestro hogar por segunda vez. Eso sigifica que ya nada me queda aca. Tal vez esa llave no vuelva a tocar su cerradura. Es algo trivial que no interesa ya. No atravesaré más esa puerta. Ahora, la buscaré, a ella. Y no la perderé por tercera vez.

Llueve sobre todo el mundo. Pero a mi ya las gotas no me tocan. Yo ya lloví sobre el polvo. Ya lloví sobre la cama. Ya lloví sobre su carta de despedida. Es imposible que me afecte ya. Camino bajo esa lluvia que quiere cubrir el piso, pero no puede. Nunca lo logrará. Pero lo intenta, y eso es lo que cuenta. Veo en las vidrieras personas felices. Es navidad, y hay mesas donde solo en esa época del año se ve tanta gente reunida. Y siento lástima por ellos. Sigo caminando, y veo a un indigente. Se acurruca contra una pared. Tiene frío, y la lluvia lo moja. Me saco mi abrigo y lo cubro con él. El levanta la cabeza, e intercambiamos miradas. No dice nada, ¿qué puede decir quien no tiene nada, y recibe algo de otro que no tiene nada? Todo está en los ojos. Puede leer en mis ojos. o me queda nada.

Sigo mi camino, y veo un callejón. Entro, y ahí lo veo. Mi Obra Maestra, tirada en un tacho de basura. La voy a tomar, y alguien se me adelanta. Una señora de aspecto decrépito me mira desafiante, mientras que sostiene con sus manos mi preciada Obra Maestra. Recuerdo los pesos. Meto mis manos en mis bolsillos y encuentro un arma. Me enojo conmigo mismo por poseerla. Saco los pesos y se los ofrezco a cambio de mi tesoro. La señora acepta la transacción emocional, y se retira con su botín. El alma me volvió al cuerpo, y ella me mirará por el resto de mis días.

Atrás mio, siento pasos en la lluvia. Me doy vuelta, y veo a un ladrón. Exige mi obra, y me niego. Saca un cuchillo, y yo saco mi arma. El se asusta, y sale corriendo. Miro mi arma, y puedo ver en ella algo terrible. El miedo. Ese miedo que todos sentimos. A la soledad, a la muerte, a la enfermedad, al dolor. Todo es miedo. Pero aún así, seguimos caminando. Yo había decidido seguir mi camino, pero mi Obra Maestra me volvió al carril de la soledad. Lucho contra eso, pero me es imposible. Sería como traicionar el recuerdo de ella. Siento como el corazón me palpita, y recuerdo mis días en casa con ella. Lo recuerdo. Pero ya es deasiado tarde. Llegué a la puerta de mi casa. Debo entrar.

Veo el cuadro, y la tela mojada me devuelve la mirada. Es solo un retrato de un amor que la muerte se llevo. Cuesta creer que se halla ido. Pero se fué. Mi Obra Maestra está en mis manos, esperando. Al tocar la tela, no puedo sentir su piel tbia, solo el frío y mojado óleo. No puedo leer sus ojos mas de los que puedo leerlos de una fotografía. Y vuevo a llorar. Las gotas de lluvia van haciéndose cada vez mas finas, hasta que para de llover. Aún caen gotas en el suelo, sobre el óleo, sobre mis mejillas. No puedo evitar volver a llorar. Nuevamente, la he perdido.

Saco el arma de mi bolsillo. El frío metal predice lo que me espera. Toqueteo el arma, como investigando que será lo que acabará con mi vida. Dejo el cuadro contra la puerta. Ella me mira por última vez. Cierro los ojos, y disparo tres veces. Chau, mi amor. Espero que puedas perdonarme.

Los tres disparos dieron de lleno en su rostro. El cuadro está destrozado. Mi Obra Maestra no será admirada por nadie. Yo la destruí. Tiro el arma al lado del cuadro destrozado, y sigo caminando por la calle. Esa fué a última vez que la perdí. A ella, y a mi Obra Maestra. La lluvia sigue cayendo, pese a que ninguna nube tapa la luna llena. Las lágrimas caen sobre mis zapatos, purgando lo poco que quedaba de ese antiguo yo, que se levantaba para admirar su Obra Maestra y se acostaba para mañana volver a hacerlo. Mis manos ya no son mis manos. Mi cuerpo ya no es mi cuerpo. Mi alma ya no es mi alma. Mientras que las últimas lágrimas caen sobre mis mejillas, recuerdo su mirada. Y me estremezco.