El conteo me preocupa. Uno a uno, los números desaparecen. No entiendo por qué está. No entiendo cuál es su utilidad. Le pregunto a las personas que se cruzan conmigo en la calle. Nadie responde. Algunos insultan. Otros me esquivan. Unos pocos no saben qué decirme. Pero no se quedan a preguntar. No les importa. Mientras tanto, la enorme cifra sigue en su lento camino hacia el descenso. ¿Qué significa? ¿Un nuevo truco publicitario? ¿Pasará algo importante? Cada nueva cifra se anuncia con un leve sonido, como el de una moneda que cae, un segundero que avanza, un grito que se silencia. Es algo que nunca había oído en todo este tiempo. Tal vez ese sonido me hace cuestionarme la función de tal cifra. ¿Será un reloj? ¿Un conteo de dinero? ¿De población? ¿De clientes?
Frustrado, me siento sobre el frío suelo de la mañana. Manchas de aceite, de agua, de vómito. Grandes lagos que invaden el suelo urbano. ¿En qué momento nos dejó de importar? ¿Cuándo fue el hecho que nos hizo ignorar lo que pasa a nuestro alrededor? Tal vez, en otro tiempo la gente iría con la cabeza en alto, y le llamaría la atención el oscuro cielo. O, al menos, las paredes pintadas del color del abandono. O los grandes números, esos que invaden mi mente. Tal vez eso hace que la use. Ya ni recuerdo los diferentes tonos de verde de las copas de los árboles, ni los tonos de marrón de los troncos. El color del pasto, o su olor. ¿Cuándo dejamos de interesarnos por esos detalles?
Los números ya no importan. El suelo tampoco. Ni siquiera el cielo ya no es tan interesante. Lo que se vuelve importante es tratar de que otros recorran el mismo camino. La duda es una semilla que crece muy fácil. Puede germinar en el concreto, quebrarlo como si fuera tierra recién labrada y abrirse paso. Sí, ese es el camino. Paro a gente aleatoria y le digo que esos números son un reloj. A otro le cuento que es la cantidad de tigres que quedan vivos. A otro el volumen de oxígeno sin contaminar. Hay demasiados ceros en ese número, ceros a la izquierda, quienes quedarán ahí por siempre. Algunas personas caen, y me discuten el propósito de esos números. Yo les sigo el juego, y a veces los fleto con la duda. Yo no sé que son, ellos tampoco. ¿Qué importa?
El gran número se reduce a un par de cifras. El conteo acaba. ¿Ahora importa? No. El campo está sembrado. La gente que me crucé ya duda. ¿Morirá? ¿Se convencerán? Tampoco importa. No recuerdo sus nombres, ni sus altos o bajos cargos en esta sociedad. Solo recuerdo la duda en sus mentes. El irse murmurando cosas que en otro momento no se cuestionarían. Ya la cifra agoniza, y apuro la siembra porque el sentido de la duda original ya muere. Las razones inventadas sobre el conteo se vuelven cada vez más débiles. Es un reto para mi imaginación. Y de esa forma la ejercito. Ya queda una cifra. Me guardo este momento para mí. No me importa que ocurra luego. Ya dudo. Y es ahí cuando el último cero llega a su destino.