Pasen y vean. Esto es lo que he sido, pero no sé si es lo que seré.

sábado, 13 de julio de 2013

Vuela.

Vuela.

Vuela como si tuvieras alas.

Vuela como si el piso fuera lava.

Vuela como si las paredes no existieran.

Las de tu mente.

¡Abre las alas! Sé que puedes volar.

Sé que puedes superar esto. Y eso. Y aquello. Y ese problema que te tiene mal.

Vuela.

Tú puedes. Tu mente puede volar, ya lo has demostrado.

Tus manos no son un obstáculo, son parte esencial de esas alas.

Las aves tienen pies. Los dragones también. ¿Por qué que tu los tengas significa que no puedes volar?

Cierra los ojos. Vuela.

Abre tu mente. Suéltate. Tú puedes.

Estréllate contra el suelo del fracaso una y otra y otra vez.

Conoce el sabor de la tierra para disfrutar de las mieles del aire.

Vuela, no para llegar a algún lado. Vuela para que, al lograrlo, una sonrisa se dibuje en tu rostro.

Te prometo que cada moretón valdrá la pena si puedes volar. 

Vuela. Hazlo como si no tuvieras lastre. Hazlo, intenta.

Abre los oídos, los ojos, tu nariz. Toca, prueba, piensa. Abre tus alas, y vuela.

Vuela sobre ese suelo que tantas veces te besó, símbolo de un fracaso que precedió a un fracaso y a otro. 

Vuela sobre todos los obstáculos que tuviste que superar para poder volar.

Vuela sobre las fotos de esos problemas tan grandes en su momento, y que ahora no son más grandes que hormigas. En pleno vuelo, todo parece hormigas.

Vuela, aunque hayas volado por horas y caigas al mar. Vuelve a hacerlo aunque hayas nadado por días y tus alas hayan quedado maltrechas. Vuelve a volar. Siempre.

Vuela, aunque ya no haya cielo, ni tierra, ni agua. Aunque ya nada quede. Aunque todo esté cayéndose a pedazos. Vuela más allá de todo.

Y si por un momento piensas en arrancarte las alas, recuerda que cientos de miles lo hicieron antes que tú. 

¿Los recuerdas? Miles se rindieron. Muchos volaron más que tú, y nunca más volvieron a hacerlo. La seguridad del suelo es tentadora.

Vuela. Pese a todo, debes volar. Por arriba de tus problemas, tus éxitos, tus sueños. Vuela. Sentirás dolores evitables. Todo eso le dará valor a tu vuelo.

Vuela. Ahora. Mañana. Ayer. Vuela.

Cuando te canses de volar, sigue haciéndolo. Si descansas, creerás que ese es el objetivo. Muchas veces te verás tentado a hacerlo. No lo hagas. Vuela.

Tal vez un día puedas llegar a dónde nadie ha llegado. 

Vuela. Sin alas, plumas o huesos huecos.

Tú puedes.

Los mil y un caminos.

 Todos los días me levanto, voy a la facultad y vuelvo a casa. Un par de días a la semana voy a un curso para mejorar algún aspecto de mi vida. En todos los casos, hago el mismo camino. Los fines de semana salgo con amigos, y nunca veo a mi alrededor. Conozco todos los caminos de mi vida como la palma de mi mano. O eso creo. Siempre los mismos pasos, la misma actitud, las mismas acciones. Como si algún científico loco me hubiera programado cuando nací.

 Pero me mudaré. Lo haré sin conocer los detalles de cada camino, ni sus paralelas, ni siquiera los detalles tan simples como un cartel. Me iré sin haber sin saber por donde tantas veces caminé. Claro, reconozco los aspectos generales de cada sitio que he pisado. No puedo recordar el color del cartel que todos los días me encuentro en mi camino, ni tampoco la letra más chica. Tal vez, de tantas veces que lo vi, su importancia desapareció. O la estoy negando.

 Salgo a caminar por el barrio, el cual ni su nombre conozco. Veo el almacén que tantas veces frecuenté, y noto que el borde sobre el techo tiene relieves. Unos arqueros disparando a un muro. Algo extraño para un almacén. O tal vez no, porque antes pudo haber sido un hogar, la casa de un escultor. O una clínica familiar. Comienzo a imaginar las posibles vidas pasadas de ese comercio. Sigo caminando. Descubro que el árbol que tantas veces crucé tiene incrustado un manubrio de una bicicleta. Claro, tenía que levantar la cabeza para poder verlo.

 En mi paseo me encuentro una gran cantidad de detalles fascinantes. Ni siquiera cambié los caminos que hago todos los días. Solo tuve que levantar la cabeza, detenerme en los detalles, imaginar un poco. Soltar el cerebro. Aceitar la maquinaria voladora. Tuve que desprogramar mi modo "viaje" para poder disfrutar de él. El problema es que este sería mi último viaje. Sería la última vez que vería a esos arqueros, a ese manubrio, a la frase motivadora de un antiguo anuncio de café. Sí, la última vez que daría estos pasos. Pero, sin duda, en el camino que me espera no seré una máquina. Y espero que vos tampoco.