Pasen y vean. Esto es lo que he sido, pero no sé si es lo que seré.

domingo, 7 de julio de 2013

Melancolía.

 Corro bajo la lluvia. Trato de escapar de las gotas que me persiguen, como si fuera un prófugo de alguna cárcel natural. Sus disparos chocan contra el suelo, que aún sigue seco. No quiero recordar. Los buenos recuerdos lastiman; los malos, mucho más. Tal vez si corro, podré huír. Subo los hombros, tal vez para no mojarme, tal vez para que no me importe olvidar. O tal vez por las dos razones. Quisiera que eso me ayudara a escapar, pero no. No ayuda. Algunas de las gotas llegan a su destino, fieles kamikazes de un imperio que se derrumba. El recuerdo.

 Desearía que el agua de lluvia fuera, en otra vida, las aguas del río Estigia. Tal vez así olvidaría. O sería peor, porque sus gotas vendrían cargadas de los recuerdos de las almas que lo cruzaron para ir al Hades. Cada impacto sería un recuerdo aleatorio. No me asustaría recordar cosas malas de otras almas, sino la posibilidad de que me llegue el recuerdo de esa alma, ese fantasma del que quiero huír. Mientras pienso todo eso, sigo corriendo, con la campera sobre mi cabeza. La uso desde mi adolescencia, pero no tapa mi espalda. Prefiero que proteja mi mente.

 Empieza a llover más fuerte. Demasiado. Se hace casi imposible salvarse de las gotas de memoria. Como un milagro, encuentro un gran paraguas negro y roto tirado en el suelo. Lo agarro, y me refugio bajo un alero para tratar de arreglarlo. Está muy mojado, pero esas gotas ya están muertas. Lo castigaron muy duro. Lo arreglo un poco, y listo. No quedó como nuevo y sigue mojado, pero tal vez me sirva. Huyo con él hacia el manto de agua.

Ya ni sé hacia dónde correr. El paraguas y mi vieja campera son una buena protección, pero no la suficiente. Corro sin rumbo aparente. ¿Por qué no esperé en el alero? Tal vez, el agua sabría donde encontrarme si no me mantengo en movimiento. Huyo de sus sirenas estruendosas, sus focos de luz estridentes y su necesidad de cubrir al mundo de agua. De recuerdos. Empiezo a llorar. ¡Están dentro mío! Se infiltraron, y ahora me atacan. Tengo que dejar de pensar.

 Me tropiezo. Grave error. El agua cae sobre mí como los niños golosos lo hacen sobre una agonizante piñata. El agua que corre por el camino, antes separada por un buen par de botas, empieza a mojar todo mi cuerpo. La agonía de recordar es muy fuerte. Lloro más. Empiezo a reír, lo que es mucho peor. Recuerdo los momentos felices, esos que quería olvidar. Son peligrosos, porque ya no se repetirán. No me puedo parar, el agua me retiene. Yo me retengo. El pasado me arrastra a sus dominios: mi mente. Y recuerdo. 

 Me paro, con el alma mutilada por los recuerdos de cosas que creí muertas. Una gran sonrisa ilumina mi rostro; pero sé que luego de subir la montaña rusa, la bajada será peor. Grito. Es tan fuerte que lo siente (no oye) todo el mundo. Ya no me importa nada. Río. Corro bajo la lluvia como si ya nada importara. Es que ya nada lo es. Me descalzo, bailo, río. Y en medio de ese frenesí, sale el sol.