Pasen y vean. Esto es lo que he sido, pero no sé si es lo que seré.

domingo, 5 de febrero de 2017

Veneno

 El dolor me despierta. Siento calor en el pecho, y la mente de un color blanco nada. Estoy sobre un colchón desconocido, en una habitación extraña. Una botella a mi lado, con un líquido verde en el fondo. No hay nadie a mi alrededor. Afuera es de noche, y por la ventana puedo ver a un barrio que no conozco, o no recuerdo. Cierro los ojos y hago un esfuerzo. No, nada. Trato de pararme, pero el cuerpo se resiste. No estoy tapado ni sudo, pero cada músculo de mi cuerpo es un infierno. Lo siento moverse. Vuelvo a dormir. Tal vez mi cuerpo se reveló contra mi consciencia. Mi mente se apaga. ¿Volveré a despertar?

 No, no puedo irme así. Mi salida no puede ser tan simple, tan fácil. No me puedo mover, pero aún puedo pensar. El veneno no ha atrofiado eso. Pruebo cada reacción a cada movimiento. Nada. Pero mis ojos sí se mueven, y con eso basta. Los uso para ver detalles. No, no hay nada en la habitación. Ni un cuadro, ni un adorno, ni siquiera una grieta en la blanca pared, que contrasta con el rectángulo negro con motas amarillas, cubierto de oscuridad y luces lejanas. 

Vuelvo a ver la botella. No tiene nada que me indique su contenido, solo la mancha verde que me devuelve la mirada. Es hipnótica, nunca vi una sustancia así. Como un impulso, veo al techo, donde una lámpara apunta hacia el suelo. Intento hablarle, contarle mis problemas, pero una puntada en el estómago me lo impide. 

Mi capacidad mental comienza a disminuir. No es algo que se pueda asegurar, pero sí sentir. El dolor se muda a mi cabeza, y con él, aparece una figura extraña, un bulto tras el ropero. No sé qué es, solo veo dos luces verdes que me miran fijo. 

–Los deseos son como un veneno—escuché—, si tomas la cantidad justa te hará feliz, pero si te pasas, puedes acabar descansando para siempre.

Las lucecitas verdes se apagaron, y con ellas, mi vida.