Mi letra no es mi letra, mi mano no la reconoce. Escribo sobre la habitación, porque no puedo ver que hay más allá de ella. Escribo sobre mí en ella, porque no hay otro personaje posible. Trato de hacerlo sobre las razones por las que estoy acá, pero no se me ocurre ninguna. Sólo que es un sueño. Escribo sobre mi toma de conciencia al respecto. Escribo por escribir.
Se abre una puerta pequeña, y entra un plato de comida. Papel picado, tal vez de diario, y un vaso de engrudo. Me enojo. Me doy cuenta que tengo hambre, y me pongo furioso. Golpeo las paredes, grito por comida. Una voz que todavía no puedo identificar me dice que ahí tengo mi comida. En el plato. En el vaso. En la bandeja.
Me siento frente a ella, y veo los papelitos. Tienen trozos de dibujos, de palabras. "Plato", "hambre", "letra". Reconozco los dibujos. Veo los papeles como partes de un Frankenstein. Y empiezo a buscar sentido en ellos. Como un rompecabezas, armo el texto. Paso una capa de engrudo sobre la bandeja, y empiezo a poner papelito por papelito. Y al final, pongo la última palabra. Hola.