Pasen y vean. Esto es lo que he sido, pero no sé si es lo que seré.

viernes, 19 de julio de 2013

Miedo.

 Despierto en medio de la oscuridad. Intento prender la luz como de costumbre. No hay energía. El cuarto tiene muchas cosas pinchudas desperdigadas por ahí. También tiene cosas frágiles. ¿Y ahora? Esperaré. No tengo otra chance. Odio a la oscuridad. Encierra miles de peligros, ¡millones! ¿Exagero? Cuando no se pueden prever los peligros, da lo mismo si es uno o un millón. No sabes que el escorpión va a atacar hasta que lo hace.

 Recuerdo la valentía que tenía de pequeño. Si había oscuridad, creía que habían mil y un monstruos que querían comerme. Pero miraba hacia donde creía que estaban, como esperando a que se acercaran. Creía estar loco por eso, temiendo a cosas que no existen. Si me atacaban, existían, y significaba que no estaba loco. Luego crecí y me dí cuenta de que sí existen. En mi cabeza. No pueden matarme, pero si aterrorizarme. La muerte, la enfermedad, una astilla en un brazo. El temor pasó a ser algo más real.

 La luz volvió. Me levanto. La alfombra se resbala, y caigo. Siento mi zapato en mi espalda, la cabeza contra el suelo, las plantas de los pies separadas del piso. Y el techo, inmaculado. La lámpara de luz me mira con su único ojo. Y ahí me doy cuenta. La oscuridad no crea los peligros, sino que siempre están. Siempre. La posibilidad de tener un accidente ocurre con oscuridad o no. Lo que cambia es el miedo, el miedo a lo desconocido. A las posibilidades. Y si es por eso, vivimos en peligro constante. Pero seguimos volando aviones, saltando en motos a gran velocidad o caminando en la calle. El peligro es real, y el peor es el que se oculta a la luz del día, porque nos hace olvidarnos de los diferentes escudos que usamos para protegernos. Bajamos la guardia.

 La luz nos da falsa seguridad, y es cuando el peligro ataca. Confiamos en ella, y nos traiciona. Ya no temo a monstruos. Temo a la seguridad, a la confianza, a la luz. A la traición de las certezas de una vida. Y ahí es cuando dudo, otra vez. Del piso que me sostiene, del techo que me cobija, de las paredes que me contienen. De lo que puedo tocar, y lo que no. De lo que siento.