Pasen y vean. Esto es lo que he sido, pero no sé si es lo que seré.

jueves, 25 de julio de 2013

El bosque.

 Otra vez despierto en la cabaña. Como cada noche una vez al mes, no recuerdo como llegué hasta ahí, ni tampoco por qué lo hago en medio de un montón de pasto. El lugar es modesto, de paredes de barro y techo de paja. Siempre encuentro ropa diferente, comida y una navaja de afeitar. No me pregunto por qué ocurre esto. A veces, las respuestas pueden ser peores que las dudas. Siempre me mantuve lejos del monte, ni intenté llegar a la choza por mis propios medios. Tal vez me resultaría imposible, el tupido follaje de árboles nativos y arbustos frondosos siempre me impidieron crear un camino. Mi forma de escapar es caminar, siempre en línea recta. Cada vez que salgo de ese trozo de naturaleza, los animales vuelven a hacer ruido. Como si respetaran mi presencia. O la temieran.

 Cada mes debo caminar por horas entre troncos torcidos y espinas afiladas como navajas. De adolescente traté de marcar los árboles con mis uñas, pero fue inútil. Nunca volví a ver esas marcas. El bosque tiene vida propia, se regenera y cambia con regularidad. Nunca oí agua o sonidos de animales. Sólo mis pasos, mis saltos, mi cuerpo arrastrándose entre un colchón de hojas. Horas y horas de pensamientos e ideas con cada obstáculo superado. Nunca medí la distancia entre el rancho y el borde del monte, porque siempre era distinta. El sol estaba arriba, cuando las copas de los árboles me permitían admirarlo. Puede que el paseo sólo durara quince minutos, y su dificultad tal vez estiraba el tiempo como si fuera un elástico. Cuando lo soltara, golpeaba mi cara. 

 Hay cientos de preguntas a las que nunca le buscaré una respuesta. ¿Quién (o qué) lleva todos los meses ropa y víveres al rancho de barro? ¿Quién hizo la cabaña? ¿Cómo llego hasta ahí? ¿Mi ropa a dónde se va? ¿Por qué nunca, en todo este tiempo, he visto un camino marcado? ¿Por qué tengo que caminar en silencio, sin oír los ruidos de la civilización, o los de la naturaleza? ¿Por qué nunca me crucé con ningún animal? ¿Por qué siempre tengo la necesidad de irme del rancho? Tal vez, si esperara me encontraría con mi benefactor. Si buscara respuestas, hallaría soluciones. Las noches mensuales de olvido se acabarían. Los días de largas travesías a través de un cerco natural se volverían recuerdos. Las afeitadas con navajas ya no serían necesarias. Aunque nunca lo fueron. Yo creé esa necesidad a partir de la posibilidad.

 Aprendí a disfrutar de las mañanas durmiendo en un montón de pasto. Me volví experto en las afeitadas con navaja. Disfruto el desayuno que alguien muy caritativo me brinda cada mañana una vez al mes. Ya no busco indicios alrededor de la choza. Adoro las peripecias que tengo que sufrir para salir del bosque. Horas de soledad obligada me ayudaron a pensar con claridad, lejos de las preocupaciones de la vida diaria. Lo que fue una tortura, ahora era un escape. Pueden haber un millón de preguntas sin resolver, pero no me importa. Tengo las respuestas que necesito.